El 17 de enero, la Iglesia Católica celebra a San Antonio Abad, cuya vida se caracterizó por la soledad, el ayuno y el trabajo. A pesar de no haber dejado escritos y haber pasado la mayor parte de su vida retirado en la montaña, la figura de San Antonio era conocida y venerada en todo el Mediterráneo desde el siglo III d.C.. Considerado la cabeza del monaquismo, a San Antonio corresponde también una enorme devoción popular.
El Papa concedió a los Antonianos el privilegio de criar cerdos para su propio uso y podían corretear libremente si llevaban un pequeño colgajo distintivo. Su grasa se utilizaba para tratar el ergotismo, que se denominó «la enfermedad S. Antonio” y luego “fuego de S. Antonio». Por ello, en la religiosidad popular, se empezó a asociar al cerdo con el gran ermitaño egipcio, después considerado patrón de los cerdos y por extensión de todos los animales domésticos y de establo.
Patrono de todos los que intervienen en la elaboración de los cerdos, vivos o sacrificados, es también patrono de los que trabajan con fuego, como los bomberos, los panaderos o los pizzeros, porque curaba de ese fuego metafórico que era el herpes zoster. También por este motivo, se invoca contra las enfermedades de la piel en general.
En los pueblos y granjas agrícolas, era costumbre encender fuegos o «hogueras de San Antonio«, que tenían una función purificadora y fertilizadora, como todos los fuegos que marcaban el paso del invierno al la inminente primavera.
Todavía hoy, 17 de enero, en el campo se bendicen los animales domésticos, los establos y las granjas en general.